miércoles, 4 de noviembre de 2015

Artemisia, la de Salamina




Toca hablar ahora de otra Artemisia famosa entre los griegos, personaje de leyendas antiguas y películas actuales, que está bastante relacionada con la Artemisia de que hablamos hace unos meses. Aunque no están emparentadas, pues no pertenecieron a la misma dinastía, ambas fueron reinas del mismo reino y sus vidas destacan por una fuerte defensa de su poder y libertad de decisión en un mundo patriarcal dominado por hombres duros, que las veían como mujeres peligrosas, incluso a su altura, y por lo tanto, intratables.


 Artemisia I nació en Halicarnaso, en el siglo VI a.C., seguramente alrededor de los años 520-525 a.C. Era hija de Ligdamis, rey de Caria y su madre era griega, una aristócrata cretense. Por cierto, los cretenses tenían fama de ser mentirosos entre los propios griegos, lo que ya es el colmo en un pueblo que inventaba mitos y leyendas a jornada completa.

Reino de Artemisia

Nada sabemos de su juventud. Solo que su padre la casó con un personaje que desconocemos, quizá su propio hermano, pues era costumbre casar a los hermanos en la realeza de Caria, como hacían los faraones en Egipto. Pero el marido murió alrededor del 500 a.C., dejándola de regente con un hijo pequeño.
Herodoto es nuestra principal fuente para su vida. En su libro VII de sus Historias, este precursor de historiadores con tendencia a la novela fantástica se nos muestra como un fan de Artemisia:

"...por quien siento una especial admiración, ya que ejercía personalmente la tiranía (ya que su marido había muerto y su hijo era todavía joven) y tomó parte en la campaña, llevada por su bravura y arrojo."

Bueno, era su paisana. Así que se puede pensar que Herodoto no es neutral del todo en sus apreciaciones. Pero los hechos demostrarán que tenía bastante razón.
La campaña de que habla Heródoto en la cita de arriba es la invasión persa de Grecia. Pero la de verdad del año 480 a.C., la del Gran Rey Jerjes en persona, no la que ordenó su padre, Darío, diez años antes, que acabó en Maratón y no fue más que una expedición de castigo que acabó muy castigada.

Jerjes, de paseo con  sus esclavos-sombrilla

Darío, cabreado, pensó en mandar otra más grande, pero se lío con una rebelión en Egipto y murió antes de poder llevarla a cabo. Su hijo Jerjes heredó la venganza.
Artemisia, como reina de un territorio integrado en el Imperio Persa, tuvo que sumarse a la campaña vengativa de Jerjes. Tal como nos ha dicho ya Herodoto, para los griegos ella era una tirana, pues no hacían distingos entre reyes y tiranos, pero subordinada al Gran Rey Jerjes, que era para ellos el tirano special one, el supermalísimo que quería conquistar Grecia y obligarlos a ponerse de rodillas en su presencia.
Herodoto nos cuenta que a estas alturas, Artemisia...

"...imperaba sobre Halicarnaso, Cos, Nisiro y Calinda, y aportaba cinco navíos. Las naves que aportó eran las más celebradas de toda la flota, después de las de Sidón."

Artemisia llevaba cerca de veinte años en la regencia, su hijo ya debía ser un joven crecidito, pero todavía no gobernaba su reino. Su madre seguía al mando, una prueba de su fuerte caracter, y aparte de las ciudades principales de Caria (Halicarnaso y Calinda), gobernaba la islas dóricas de Cos y Nisiro en el Egeo. No era mucho en el gran Imperio Persa, pero a ojos de los griegos era un reino medio, con una flota pequeña pero eficaz, solo por debajo de la fenicia en pericia, que dominaba tiránicamente a muchos griegos. Así que Artemisia era una mala de manual, por cuya cabeza los atenienses ofrecieron 10.000 dracmas.
Para Jerjes, la reina Artemisia, pese a su poca importancia en la flota, era un personaje que conocía bien la zona y al enemigo. Así que la añadió a sus consejeros en la expedición. Según su fan Herodoto, dio al monarca los más atinados consejos y según avanzó la campaña la tuvo en mayor consideración.
A mediados de septiembre de 480 a.C., la acrópolis de Atenas era una pira humeante y la ciudad estaba ocupada por Jerjes y sus tropas. Solo la flota griega quedaba intacta, en la isla de Salamina, que se podía divisar desde el puerto de Atenas... y a Jerjes le hacía tilín hundirla.
Tenía una gran y estupenda flota anclada en el puerto de Atenas, el Pireo, y no quería irse sin usarla.
Pero Artemisia le recomendó no arriesgarse a un combate naval:

"... pues por mar nuestros enemigos son tan superiores a tus tropas como lo son los hombres a las mujeres... si te apresuras de inmediato a librar una batalla naval, temo que una derrota de la flota provocase serios perjuicios al ejército de tierra."

Un consejo valiente, lejos de la adulación acostumbrada en la corte persa, que a Jerjes le causó impresión por su franqueza. Pero al que no hizo puñetero caso. Decidió atacar a la flota griega en Salamina.

El Olimpia, trirreme reconstruido por la armada griega

Todos sabemos el resultado de la batalla y ya contamos en el artículo sobre Ameinias como Artemisia lanzó su nave contra uno de sus propios barcos, al que hundió del golpe, para que Ameinias pensase que su barco era griego y pasara de largo sin atacarla.
Este barco aliado al que hundió era el del rey de Calinda, Damasitimo, en teoría uno de sus súbditos de Caria. Pero quizá Artemisia aprovechase la maniobra para quitarse de encima algún opositor local. La jugada le salió redonda, pues nadie del barco de Damasitimo salvó la vida para contar su jugarreta, según Herodoto. Quizá porque Artemisia también se encargó de que no quedase uno vivo a flote.
Jerjes, sentado en su trono sobre un acantilado de la orilla para ver en primera fila la batalla, impresionado por el arrojo de Artemisia y pensando que había hundido a un barco griego, soltó ante su corte una de sus citas para la Historia: "Los hombres se me han vuelto mujeres; y las mujeres, hombres."

Sobre Artemisia en la batalla de Salamina también hay una cita de Polieno, experto en anécdotas militares, que nos cuenta que...

"Si perseguía una nave griega, izaba la enseña bárbara, pero si era perseguida por una nave griega, izaba la griega, para que sus perseguidores se apartaran de ella, creyendo que era una nave griega." 

Un truco que le resultó muy efectivo para salir viva del desastre naval.

Tras la derrota, Jerjes tuvo que reconocer que Artemisia le había dado el único consejo acertado. Así que la llamó a su tienda, a ella sola, para preguntar qué hacer ahora: atacar al ejército griego en el Peloponeso, como quiere su general y cuñado Mardonio, porque por tierra los persas siguen siendo invencibles, o retirarse a Asia.

Artemisia, muy diplomática, según Herodoto, le aconseja un término medio: que Mardonio se quede a vencer a los griegos y que él se vaya de vuelta. Porque, según Herodoto, Mardonio...


"...si logra someter lo que, según él, pretende subyugar y le sale bien el plan del que habla, el éxito, señor, te pertenece a tí, ya que lo habrán conseguido tus esclavos... Y, en cuanto a Mardonio, de pasarle algún percance, carece de importancia: si los griegos lo vencen, su victoria será intrascendente, porque habrán matado a un esclavo tuyo. Por otra parte, tú te vas a marchar después de haber incendiado Atenas que era el objetivo por el que organizaste la expedición."


No sé que pensaría Mardonio de que lo llamase esclavo de Jerjes, siendo su cuñado y un alto aristócrata, pero parece que la costumbre en Persia era llamar esclavos a los súbditos del Gran Rey.

El consejo gustó a Jerjes, que parecía harto de la expedición, que ya no era tan divertida. Aunque según Herodoto, en plan patriotero, fue porque estaba lleno de temor a los griegos tras la derrota naval.

Jerjes volvió a Asia y dejó al ilusionado Mardonio con la misión de acabar con esos griegos tan pesados. Todos sabemos que fueron tan pesados que a Mardonio le costaría la vida un año después.
A Artemisia le dio otra misión, de gran honor y que nos demuestra la confianza que había depositado en ella. Le ordenó que viajase a Éfeso con su hijos bastardos, que lo habían acompañado en la expedición. Una muestra de afecto por parte del Gran Rey bastante inusual para gente no persa de nacimiento.

Así volvió Artemisia a su reino, con el favor del Gran Rey y consolidada en su trono, pese a la derrota.
No sabemos cuando murió, pero no fue mucho más tarde. Parece que la sucedió su hijo, de nombre Ligdamis, como su abuelo, y que ya reinaba en la década de 460 a.C. 

 Pocos años después, Halicarnaso y otras ciudades costeras de Caria fueron ocupadas por los atenienses. Pero siguió habiendo descendientes suyos gobernando Caria hasta finales del siglo V a.C.

 
Para los griegos, Artemisia se convirtió en un personaje legendario. Unos 60 años después, el comediante Aristófanes la nombra en su obra "Lisístrata", que trata de una rebelión de las mujeres contra los hombres para que acaben una guerra entre griegos (la del Peloponeso):

"...Llegarán a mandar construir naves e intentarán incluso hacer una batalla naval y navegar contra nosotros, como Artemisia."

En el siglo II, sabemos por Pausanias, el primer escritor de guías turísticas, que los espartanos, tan serios ellos, habían levantado un pórtico en su mercado...


"...sobre los pilares hay figuras en mármol blanco de persas, incluyendo Mardonio, hijo de Gobrias. Hay también una figura de Artemisia, hija de Ligdamis y reina de Halicarnaso. Se dice que esta dama se apuntó voluntariamente a la expedición de Jerjes contra Grecia y se distinguió en la batalla naval de Salamina."

Por lo descrito, parece que los espartanos habían levantado una especie de hall de la fama de enemigos y Artemisia destacaba entre sus figuras. Todo un honor.

Pero una leyenda debe tener una muerte conocida y espectacular. Y si no se sabe, se inventa.



Así que sobre su muerte queda una leyenda, recogida por Focio, patriarca de Constantinopla y además santo ortodoxo, que a principios del siglo IX escribió una especie de enciclopedia, el Miriobiblion, donde resumía muchos libros de escritores antiguos, hoy ya perdidos, y que gracias a su obra sabemos que existieron y todavía existían en la Constantinopla del siglo IX.


En sus páginas cuenta que Artemisia se enamoró de un joven guaperas llamado Dárdano, pero como no la correspondía, le mandó sacar los ojos. Luego, acosada por los remordimientos, se arrojó desde la roca Leúcade.
Bueno, no parece una leyenda muy verosímil. Aunque Artemisia sería muy capaz de sacar los ojos a un joven insolente, no cuadra que le diera luego por suicidarse. Sobre todo desde una roca situada al otro lado del mar Egeo, en las islas Jónicas. Quizá haya mucha moralina patriarcal en esta historia. Ya se sabe, la mujer que intenta superar su condición acaba cayendo en el castigo divino. Por atrevida.



En fin, la leyenda de Artemisia llegó hasta hoy y los guionistas de Hollywood le sacaron partido... a su manera. No voy a comentar la película "300 Rise of an Empire" porque me puede dar un ataque psicótico. Solo decir que Eva Green, en su papel... está muy guapa.
Pero no acaba aquí la historia. En el Museo Británico hay un jarrón de calcita de casi 30 centímetros. 

Vaso de Jerjes, regalo para Artemisia

Fue descubierto en las ruinas del Mausoleo de Halicarnaso, la tumba construida por la segunda Artemisia, cien y pico años más tarde. El jarrón es de facturación egipcia y contiene una inscripción muy pequeña pero importante, escrita en egipcio, persa, babilonio y elamita: "El Gran Rey Jerjes". Es la signatura real y solamente el Gran Rey podía dar regalos con ella inscrita. Los objetos con esa firma eran muy valiosos y escasos, solo se daban a gente muy importante, como debía ser nuestra reina. 
 Es evidente que fue un regalo personal de Jerjes a Artemisia y que, debido a su valor, pasó a formar parte del tesoro real de Caria hasta que, décadas más tarde, fue depositado en el Mausoleo como ofrenda, por la segunda Artemisia.

Un jarrón... el único objeto que nos queda de la reina de Caria.
Si es que no somos nada.

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