viernes, 25 de noviembre de 2016

Antonio Musa, inventor de la ducha fría



Allá por el año 23 a.C. el emperador  Augusto empezó a sentirse fatal. Acababa de volver a Tarraco desde la cornisa cantábrica, tras dar fin a las Guerras Cántabras y declararse victorioso porque le daba la gana, como era su costumbre; pero el clima norteño de Hispania había afectado a su salud, siempre delicada y quejumbrosa. Esta vez se temió lo peor por el emperador, ningún remedio funcionaba, pero entonces apareció Antonio Musa, uno  de los muchos médicos que rodeaban al emperador, con un remedio nunca antes intentado.

 El origen de Antonio Musa es incierto. Su fecha de nacimiento, de forma tradicional, se sitúa por el 63 a.C, pero no sé de dónde se saca ese dato. Tampoco sabemos cuándo murió, pero es probable que fuera antes del cambio de era. Sí sabemos que era de origen griego o de una región de clara influencia griega y que había sido esclavo. Aunque cuando fue llamado para curar al emperador, ya había sido liberado y era un liberto imperial.

 Fuese cual fuese su origen, Musa estudió para médico siguiendo a la escuela de Asclepíades. Este Asclepíades (124 o 129 a. C. – 40 a. C.), nacido en Prusa,  provincia de Bitinia, fue un médico griego que ejerció y desarrolló sus trabajos sobre medicina en la capital, Roma, adonde había llegado como profesor de Retórica. Pero pronto se dio cuenta que lo suyo no era convencer con las palabras, sino mediante la curación de cuerpos enfermos, y se labró mayor fama ejerciendo la medicina.


Asclepiades, el maestro

Asclepíades fue un revolucionario en la medicina del momento. Se opuso a las ideas de Hipócrates y defendió un cuerpo teórico basado en el atomismo de Demócrito. Para Asclepíades, son los átomos, al atravesar los poros del cuerpo, los que hacen enfermar a la gente. Así que el tratamiento debe estar orientado a la recuperación de la armonía corporal perdida por culpa de esos átomos infiltrados que son nocivos. Nos suena muy moderno, porque es la primera vez en la historia que se sugiere algo parecido a una teoría microbiana. No está mal para un retórico.
 También se oponía a las sangrías, lo que está muy bien, y al uso de fármacos, en especial los purgantes, lo que ya no está tan bien, y fue, según Galeno, el primero en emplear la técnica de la traqueotomía electiva (no urgente) para el tratamiento de procesos faríngeos obstructivos. Todo un avance.
Para demostrar lo genial de sus teorías, Asclepíades apostó que nunca estaría enfermo, y el muy vanidoso ganó la puesta, pues murió anciano y por culpa de una caída.  Esto explica en gran parte la fama de su escuela en la época.

 Volvamos ahora al año 23 a.C. y al emperador Augusto, hecho un trapo dolorido sobre su lecho, por culpa de un “infarto de hígado” según Suetonio. Aparece Musa, con esa solemnidad callada que se dan lo médicos, y dice que todo es culpa de átomos intrusos y que hay que cambiar el tratamiento.
 Según Plinio, Musa ya había curado antes al emperador de una dolencia mediante la curiosa receta de mandarle comer lechugas. Así que Augusto ya tenía cierta confianza en el liberto y sus extraños métodos, por lo que decidió seguir su curioso tratamiento, que consistió en comidas frías y baños fríos… muchos baños fríos, muchos.
Podemos imaginarnos el suplicio del emperador, tiritando en una continua hipotermia... pero, increíblemente, Augusto sanó de sus dolencias.

 Quedó tan feliz, que, según Dión Casio:
  “Musa recibió una gran cantidad de dinero de Augusto y el Senado, así como el derecho a llevar anillos de oro (era un liberto), y la exención de impuestos y tasas, tanto a él mismo como a los miembros de su profesión, no solo en su tiempo sino también para las futuras generaciones”.

Y no solo eso, Suetonio añade:
“Por subscripciones fue elevada una estatua, próxima a la de Esculapio, a su médico Antonio Musa, que le había curado de una peligrosa dolencia.”

Estatua de Musa, como si fuera el mismo Esculapio 


 Exento de pagar impuestos, rico, con estatua en su honor cercana a la de un dios… La fama de Antonio Musa se extendió por Roma y el imperio.

Su método se puso de moda. Según Plinio había que“ducharse el cuerpo con grandes cantidades de agua fría, inmediatamente después del baño, para vigorizar el sistema.”

 Toda la aristocracia y gente de menos pedigrí se dedicaron a darse largos baños fríos para curarse las dolencias. Horacio, en sus Epistolas, se quejará de que tiene que empaparse de agua fría en pleno invierno y que no puede ir a Baias, famosa por sus baños sulfurosos calientes, porque está desierta de gente debido a la fama de las duchas frías de Musa.

Piscina fría romana (Bath, Inglaterra). El terror de Horacio

El hermano de Musa, Euforbo, también médico, será contratado por el rey Juba de Mauritania, un déspota ilustrado, escritor e investigador naturalista, que quedará tan contento con sus servicios que dará el nombre de Euforbia, en su honor, a una de las plantas que descubrió por sus territorios.

 Días de vino y rosas para Musa… que duraron pocos meses.

 Augusto tenía un sobrino preferido, Marcelo, al que casó con su hija y al que todo el mundo veía como su sucesor.  Elegido edil curul en 23 a. C., ofreció unos maravillosos juegos públicos en Roma, pero poco después se puso enfermo, de una manera repentina, y murió, pese a los esfuerzos de Musa.
 Quizá sufrió una intoxicación o un envenenamiento, que la familia del emperador era un nido de víboras.  En ese caso, los baños fríos no podían hacer mucho por su salvación. O quizá, los baños fríos y la comida fría remataron del todo al pobre Marcelo.
 Fue una dura pérdida para Augusto. No perdonó a Musa que no pudiese curar a su querido Marcelo. 

 Ya no se vuelve a mencionar el nombre de Musa. Debió de ser apartado de la corte y su duro método de curación dejó de estar de moda entre las celebridades. La gente festejó el volver a bañarse en agua caliente. Horacio fue el primero, seguro.

No sabemos cuándo murió Musa. Pero su fama en los siglos posteriores no se perdió en el olvido. Después de todo, había tenido una clientela sin rival en la Historia: Augusto, Agripa, Mecenas, Horacio, Virgilio…  Se puede decir que fue un médico que brilló por la luz reflejada de sus ilustres pacientes, más que por la suya propia, pero no seamos tan críticos.

De los grandes médicos posteriores de Roma, Celso no lo nombra, aunque lanza la crítica sutil de que no hay nada más dañino para el hígado que el agua fría. Por otra parte, el gran Galeno sí lo nombra de pasada: "Musa, Asclepiades y Crito escribieron muchas obras sobre medicamentos"

Es una lástima que no quede nada de tales obras. La única que lleva su autoría se considera falsa, un escrito del siglo IV, y es un corto tratado médico sobre la Herba Vettonica, una planta mágica que te cura todo mal, desde el mordisco de un perro a un resfriado peleón. Ya le gustaría a nuestro personaje haber descubierto semejante remedio.

La Herba Vettonica

 Pero Antonio Musa tiene su pequeño rincón en la ciencia. Hay una familia de plantas que lleva su nombre: las musáceas. Familia de nobles plantas a las que nosotros, pobres iletrados científicos, llamamos con el nombre más vulgar de “bananas”.


 Así que cuando vuelvan a comer un plátano, recuerden a Antonio Musa, medico imperial, tormento de Horacio, caído en desgracia por culpa de los baños fríos.

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